20 de febrero de 2013

ACUÉRDATE DE MÍ





Qué fregado es levantarse temprano por la mañana para ir a estudiar. Rutinariamente mear, verse al espejo, lavarse, cepillarse los dientes, en fin todo aquello que nos han enseñado a hacer desde chicos y que hemos aceptado como parte natural de nuestra vivencia. Pero, algo se me hacía extraño, o debió ser mi imaginación. Lo cierto es que se me hace difícil explicarme ahora, como pretendí asentarme el cabello con desodorante o por qué apareció dentífrico en mis axilas.
Tomar el transporte fue difícil porque todas las unidades aparecían llenas, así que tuve que esperar un buen rato. Cuando al fin lo hice no había asientos desocupados, mira que a la gente se le ocurre viajar justo en la hora en que uno tiene que hacerlo, encima el chofer, que se supone está para servirnos no quiso cederme el suyo. Debo decir que en mi pequeño trayecto cambié tres veces de transporte, por las tres veces que tuve que bajar, obligado por el pedido de los demás pasajeros, no sé por qué, qué mal habré hecho con subir al micro. Por suerte, la última de estas bajadas obligadas fue a dos cuadras de la universidad, así, lo que restaba lo hice caminando, ahorrándome el pasaje.
En ese trayecto pensaba y repensaba por qué la gente gritaba: ¡Bajen a ese loco! ¡Ya se rayó! ¡Al manicomio! Sucedió en cada unidad a la que subí, de repente hubo alguno siguiéndome, miré a todos lados por si acaso, por suerte no lo había, y si lo hubo ya se había ido a desperdigar sus locuras a otro lado.
Llegué a clases y como siempre me senté en una de las primeras carpetas, venía preparado, esta vez sí, para tomar nota de todo lo que el profesor dijera, incluyendo interjecciones o cualquier comentario ajeno al tema de la clase, por más disparatado que fuera. Quién sabe, alguna clave tal vez se revelaba. Yo digo que fue así, pero la gente cuenta de manera diferente, ¡claro!, como no tienen nada que hacer paran inventando, como aquella vez que dijeron que un compañero de la facultad se había suicidado, y todo porque no venía durante varios días. Hasta que un día el pretendido suicida reapareció, echando todos los rumores al tacho. Esta misma gente dice que en plena clase salí corriendo y gritando, anunciando la llegada de un dios salvador del mundo, imagínense yo, que estoy en contra de todo eso, anunciando la llegada de un mesías. Es más, dicen que estuve muy alterado un buen rato, hasta que lograron calmarme.
Lo que recuerdo es que estuve de pronto en el patio de la facultad, y unos hombrecitos, que nunca había visto antes. Pero, que eran muy amables, me hablaron entre todos, inspirándome confianza, dijeron sobre ir a pasear a un lugar muy bonito, como a los que me llevaba mi madre de pequeño.
De seguro fui con ellos, nada más recuerdo, hasta el momento que desperté en esta habitación, toda blanca, toda cerrada. Por más que llamo nadie aparece, nadie dice nada, me aburro. Encima tengo puesta esta ropa extraña e incomoda, que me hace tener los brazos a la espalda. Pero, aun así he tenido el ingenio para poder escribir lo que ahora lees, en la frente de estos hombrecitos blancos, a ver si así, contándote todo tal como realmente pasó, te acuerdas de mí.


De Cuando se vaya la luna

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