He vuelto a
mi tierra después de un largo tiempo, la vida en la capital con su trajín
interminable hizo que casi olvidara el lugar donde tengo tantos y tan buenos
momentos vividos. He venido de improviso, ninguno de mis familiares o conocidos
sabe que he regresado. A nadie escribí desde que partí, a excepción de unas
cartas para María, diciéndole que regresaba pronto, promesa que no cumplí.
Luego, sin darme cuenta dejé de escribirle. Qué será de ella, quizá con el
pasar de estos años me olvidó, quizá ya esté casada.
Esta noche en
Huancayo, y mañana temprano al pueblo. El cuarto de hotel se parece a aquel en
que el amor dejó de ser un simple pasatiempo. Parece tan lejano y cercano a la
vez, mejor descansar, el día de mañana espera.
Son las
diez y recién me despierto. Pero ha sido
bueno y reparador el descanso. He tenido un sueño muy extraño, una mujer cruza
un puente que no tiene donde terminar, pues se pierde entre la niebla, creo que
llevaba algo, decía unas palabras que no se lograban escuchar, no sé, mejor no
pienso más en esto, sólo es un sueño, no tiene sentido. Iré al mercado, a
desayunar un plato de caldo bien caliente, aún humeante lo termino. Ahora sí,
listo. A recoger mis cosas y al pueblo.
En la puerta
del mercado me detengo para sentir el sol que ha salido muy fuerte, y aspiro
hondo el perfume de las flores que se venden en los puestos. En uno de ellos
una muchacha compra algunas, de color blanco solamente, se retira apurada. Parece
conocida, creo, para salir de dudas voy a pasar delante de ella para verla. Sí,
eso haré, voy a seguirla y luego me adelanto un poco. Pero ella camina muy
rápido y se va por la calle Bolognesi, yo un poco más atrás, la sigo, yendo en
sentido contrario a mi destino. Pensándolo bien su caminar me es conocido, así
caminaba ella, de repente es, y al verme se sintió molesta. Y aunque haya
querido encontrarme se dio la vuelta. A veces hacemos lo contrario de lo que
queremos, a veces somos tan incomprensibles.
Recorremos
varias cuadras sin detenernos, no lo entiendo, no puedo darle alcance. Parece
dirigirse al cementerio, pues sólo falta una cuadra para llegar a éste. Pero aún
no estoy seguro si realmente es ella, o estoy siguiendo a la chica equivocada.
Lo dije, ahora entra al cementerio, y después de cruzar por varios cuarteles se
detiene en uno. Coloca las flores que compró en uno de los nichos. Me detengo a
cierta distancia para verla y no molestarla en este momento. Sí, es ella, está
de perfil, pero es inconfundible, tan hermosa llevando el cabello suelto.
Contemplándola me quedo un buen rato, ensimismado en los recuerdos, cuando
reparo que ya está por marcharse, comienza a caminar y ya casi dobla la esquina
del cuartel. Ahora debo detenerle y hablar. Pero ella ya voltea la esquina. Ya
casi estoy corriendo y a punto de gritar su nombre cuando me topo con Alberto,
viejo amigo de la infancia que me detiene y me saluda. María ya se ha perdido
de mi vista, le pregunto a Beto si la ha visto, extrañado me responde
preguntándome si no me he enterado, ¿De qué? -le interrogo- ¡ven! me dice, y me
lleva del brazo hasta el nicho que ella tuvo enfrente.
“Por el
tiempo en que te fuiste María salió encinta, y luego tuvo un hijo que sólo pudo
ser tuyo. A pocos meses de nacida la criatura, ella fue a buscarte. Partió de
noche, para la mala suerte, el ómnibus en que viajaba tuvo fallas en el
trayecto. Se vino abajo en el puente de Jauja. Muchos murieron en el accidente,
entre ellos María y el bebé. Lo siento amigo”. Aturdido, solo atino a ver la
lápida. Al costado de unas flores blancas figura mi nombre.
De el libro inédito: Cuando se vaya la luna
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