Nada que hacer, tenía que ir de todos
modos. Había pasado tanto tiempo, y si no es por este percance ni me acuerdo
del viejo barrio. Y por qué me pasó a mí, no lo sé. Yo que me esfuerzo por
trabajar, hago hasta más de lo debido con tal que me tengan en cuenta, para
algún aumento o una chambita extra que me asegure unos soles más. Y sin
embargo, ahí están Santiago y Oscar finteando, más dedicándose a fregarse el
uno a otro que a trabajar. Y no les pasa nada, están la mar de chéveres, incluso
se les ha dado por lo de la literatura, escriben cuentos en los que el
personaje es el otro al que le achacan puros disparates. En fin, si por lo
menos escribieran algo decente, pero no, se dedican a garrapatear carillas de
carillas, en pleno trabajo y pasan piola.
Y
a este servidor, en merito a su constante esfuerzo y dedicación le vienen un
día con la noticia que todos sus documentos se han perdido, y tiene que volver
a entregarlos. Y claro, por más que expliqué que los entregué al jefe de
personal, en su propia mano, cuando ingresé a trabajar, que eran los
originales, que estaban todos en una carpeta, precisamente para que no se
perdieran, ni vuelta que darle. Y encima me dan permiso a regañadientes,
permiso que me cuesta ya que corre el descuento por día no laborado, todo por
la ineficiencia de otros. En la redacciones de cualquier publicación le llaman
duendecillos a las fallas que se producen durante la edición, no se sí llamar
así a esta “fallita”, o repetir una y otra vez entre dientes las lisuras que
sabiamente hemos educado.
Y
para conseguir los documentos tenía que emprender este viaje, al suburbio
lejano de la niñez, todo se ha llenado de casas, algunas más bellas y jóvenes
diría, otras parecen haber truncado su crecimiento y haber entrado en decadencia.
Es como si las casas vivieran, alrededor del camino, de esta pista que no ha
cambiado mucho. Han aumentado la cantidad de casas, incluso donde antes sólo
era pampa, según recuerdo. Tengo que sacar los papeles del colegio, porque
hasta eso piden ahora. Y váyase a saber quién fue el inepto que los perdió.
Me
había olvidado cuánto demoran estos viajes, un auto particular lo haría en
pocos minutos, pero el transporte público, al menos el que llega por estos
lares es de otra época. Debería haberme puesto otra ropa, tan acostumbrado
estoy al terno, que al salir en la mañana me lo puse automáticamente. Pero
ahora siento que me molesta, que resulta incómodo, y el polvo entra por las
ventanillas y se impregna en todo, en el piso, en los asientos, en la ropa, en
el cuerpo.
Hora
y media o más para llegar hasta el veinte, el paradero veinte quiero decir. Lo
que era el colegio ahora es sólo una casona abandonada. Una señora pasa por el
lugar, dice que pronto la van a demoler, pues por ahí pasará la nueva avenida, y
que el nuevo local del colegio está cuadras más abajo y caminando unos minutos
por donde me indica llego con facilidad. Me vuelvo hacia el viejo local. Y
pensar que aquí pasé buena parte de mi vida, llegué niño, con mis cabellos
rebeldes a la sección B del segundo grado, el techo era de esteras, con un
plástico previo, por si llovía.
-
¡Buenos
días niños!
-
¡Buenos
días señorita!
-
Hoy
empezamos un nuevo año escolar, ya están más grandecitos, ya saben como es el
colegio. Ahora tienen nuevos compañeros a los que irán conociendo poco a poco.
-
¡Sí, señorita!
-
¡Alguien
quiere contar lo que hizo en sus vacaciones!
Emprendo
la marcha para sacar los documentos de marras, todo ha cambiado, ahora las
aulas se parecen unas a otras, igual dimensión, las mismas ventanas, la misma
puerta, no es como antes en que cada aula tenía sus particularidades, su propia
dimensión y atmósfera. En las oficinas del colegio una señorita muy correcta y
disciplinada me atiende, me señala el costo del trámite, el cual pago, tras ello
me dice que mis certificados por estar entre los que corresponden a la mudanza
(del local antiguo a éste) van a demorar entre siete a quince días, sin embargo
van a hacer lo posible para tenerlos cuanto antes, en todo caso que deje un
teléfono o envíe a alguien con la constancia de trámite que me entregan. Sólo
queda agradecer y retirarme, esperando que lo nuevo del lugar se transforme en
eficiencia. Quisiera ver el viejo colegio una vez más.
En
realidad se trataba de una vieja casona, de lo que había sido una hacienda,
recuerdo haber ido a pasear con mi primo por las últimas chacras que aún
quedaban, con sus molinos de viento, los maíces dorándose al sol y una ancha
acequia partiendo la pampa en dos mitades, como fruta fresca, íbamos con
hondas, pero no matábamos pajarillos sino que competíamos para saber quien
disparaba más lejos o quien le daba a alguna piedra o árbol. Sin embargo, todo
había sido transformado en casas, en urbanizaciones que borraban todo vestigio
rural, el único rezago que quedaba era la vieja casona, que hacía un último y
vano esfuerzo antes de caer a mano de combas y buldóceres. Miré a través de las
ventanas ya sin lunas, la penumbra se confundía con mis recuerdos. A la hora de
recreo en lo que alguna vez fue sala nos reuníamos todos para recibir el
desayuno escolar, una vez llevé una taza muy bonita, pero por juguetón la
rompí, pues era de loza, y por pretencioso terminé tomando la avena con leche
en un vaso de plástico cualquiera.
-
¡Niños,
hagan su cola!
-
¡No
jueguen!
-
¡Señorita,
el Carlos se ha colado!
-
¡Carlitos!
-
¡Mentira
señorita!
El
Carlitos era terrible en eso de colarse para recibir el desayuno, nunca quedaba
último, y hasta repetía el bandido, qué habrá sido de él y de mis demás
compañeros, apenas los evoco. A Carlos le recuerdo con más claridad porque se
hizo mi pata desde que llegué al colegio. De repente me decía vamos a dibujar y
agarraba cualquier cuaderno suyo que tuviera a mano y dibuja casas, aviones o
animales, sin importarle que se entreveraran con las clases del colegio. Me
ganaba en lo del cabello, si el mío era rebelde el suyo ya era un caso perdido,
pues cada uno de sus cabellos a puntaba a direcciones diferentes, y sorbía sus
mocos, creo que por eso algunos, y sobre todo algunas, no lo pasaban. A veces
iba a su casa, recuerdo que tenía unos libros de religión que tenían unos
dibujos fantásticos sobre el infierno, los cuales más que miedo provocaban
fascinación.
Si
no fuera porque estoy entre viendo lo que es ahora y recordando lo que fue mi
colegio diría que acabo de verle. Fue como una sombra, pero con la certeza que
fue él. Pero, sé que no puede ser así, porque sea donde sea que estuviere ahora
tendría mi edad y mi talla más o menos. Quisiera entrar, para ver por última
vez los ambientes. Me han dicho que estaba cerrada, con cerrojo y candado, pero
se ha abierto fácilmente, casi inmediatamente después que lo hube deseado.
Tiene
un techo altísimo, propio de las casa antiguas, a la izquierda van quinto y
sexto, cuarto iba en una amplia división de la sala, hecha con triplay. Primero
y tercero estaban a la derecha si mal no recuerdo, y las dos secciones de
segundo iban al fondo, mi sección estaba en lo que fue un patio y daba a una
escalera que conducía al segundo piso, que era una amplia explanada, donde a veces
se hacía educación física o se formaba, ya que otras veces nos mandaban a la
calle frente al cole. Queda una carpeta en lo que era mi salón, todavía está la
pizarra como parte de la pared. Me siento como si estuviera en clases.
-
¡Niños,
traigan sus cuadernos para revisarlos!
-
¡Los
que faltan, apúrense!
Y
es que a veces se terminaba de hacer la tarea en el colegio.
-
¡Carlitos!,
¿No te he dicho que no dibujes en tu cuaderno?
-
¡Señorita!
Permiso para ir al baño
-
¡Yo
también!
-
¡Uno
por uno!
-
¿Quieres
dibujar?
-
¿Ah?
-
¿Ya
te olvidaste?
Volteo
para ver y ahí está en la carpeta de al lado.
-
¿No
quieres dibujar?
En
verdad no atino qué responderle, le veo bien, está con el uniforme ya
descompuesto, y eso que es lunes. ¿Lunes? No recuerdo en que día estamos.
-
¡Hola,
qué tal tus vacaciones! Te esperé para jugar pero no apareciste. Seguro que
viajaste. La Isabel dice que se fue a Abancay con toda su familia. ¿Dónde
fuiste tú?
Cuando
me doy cuenta yo también llevo el uniforme gris y camisa blanca, con la
insignia reluciente en el pecho. A estas insignias les llaman de acrílico, no
son como las otras, que más parecían papel forrado con algún plástico.
-
¿Vas
en la tarde a mi casa para jugar?
-
Quiero
ir a la pampa, hace tiempo que no juego pelota, vamos – respondo
-
Ya
– me dice.
Sin
embargo veo un rastro de pena en su mirada, quisiera irme corriendo por los
pasadizos, pero todavía no es la salida o recreo. Sino saldríamos jugando con
nuestras mochilas a la espalda. La maestra hace un uso desmesurado de sus
lapiceros. No se da cuenta que estoy casi llorando. Le pido permiso para el
baño, al llegar me lavo la cara y me veo en el espejo. Ya no sé quién soy ni
que puedo hacer con estos cabellos que apuntan en todas las direcciones.
Del libro inédito: Cuando se vaya la luna
Del libro inédito: Cuando se vaya la luna
Muy bueno. :)
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